Hace unos días,
alguien me preguntaba POR QUÉ EN ESTOS ÚLTIMOS TIEMPOS SE LE ESTABA DANDO TANTA
IMPORTANCIA A LA PERSONA DEL PADRE GABRIEL DESHAYES. Esta inquieta menesiana me
confesaba que le daba la sensación que así se relegaba la figura de Juan María a
quien ella conoce y admira desde siempre como inspirador de la Familia
Menesiana. Le compartí inmediatamente mi respuesta.
Entiendo que,
sin lugar a duda, la tradición menesiana tiene a Juan María de la Mennais como
el hacedor principal. Fue él quien acompañó a la naciente obra de forma
permanente y por más tiempo. Es él quien estuvo codo a codo con los Hermanos a
través de sus visitas, cartas, consejos, correcciones y motivaciones.
Pero, si lo
que estamos conmemorando es la fundación de los Hermanos de la Instrucción
Cristiana, hoy en el mundo hispanóforo, Hermanos Menesianos, no podemos
olvidar, que la fundación fue una obra en COLABORACIÓN. Ambos sacerdotes,
Gabriel Deshayes y Juan María, comparten el título de FUNDADORES en igualdad de
condiciones.
Esta
conmemoración nos puede ayudar a profundizar en los aportes de cada uno desterrando
el mínimo trazo de rivalidad entre sus personas y seguidores. La trama de la relación que ellos entablaron
se tejió en lazos de fraternidad en su ser discípulos-misioneros entre los
pequeños.
¿CÓMO SE
CONOCIERON ESTOS DOS INQUIETOS APASIONADOS POR EL REINO?
No repetiré lo
que ya ha sido tan bien escrito. Comparto una casera traducción del artículo
que apareció en un fascículo de una publicación católica de la época, L’Ami de
la religión et du Roi, el 1 de junio de 1816. Seguramente, Juan María de la Mennnais, como
asiduo lector, tomó conocimiento de la gran obra que se venía desarrollando en
Auray, pequeña ciudad de Bretaña en la que el Padre Gabriel Deshayes era
párroco.
El cronista
nos deja entrever el espíritu religioso y la intensa actividad apostólica y
caritativa que se impulsaba en el lugar. El relato describe la sensibilidad
ante quienes vivían en una situación de FRONTERA, por problemas de salud,
soledad, ignorancia y pobreza. Y también se trasluce las motivaciones
evangélicas que alentaban los corazones de sus habitantes, autoridades civiles
y religiosas.
Para nuestra
historia de Familia subrayamos dos notas de forma particular:
El proyecto de
crear un cuerpo de enseñantes para las poblaciones de la campaña en
colaboración y a semejanza de los Hermanos de las Escuelas Cristianas (La Salle). Este
proyecto lo podemos pensar como el prefacio de LA PRIMERA PÁGINA DE LOS
HERMANOS DE LA INSTRUCCIÓN CRISTIANA.
El segundo elemento, para nada menor, es el ESPÍRITU DE
HUMILDAD del cura párroco de Auray (Gabriel
Deshayes), quien no quiso que su nombre figurara en el artículo. Este gesto, ya
lo pone en sintonía con el aire de Familia que el otro Fundador nos ha legado: “Las obras de Dios no crecen más que en la
sombra, y es por la noche cuando cae el rocío del cielo.” (Juan María de la
Mennais, a la señorita de Lucinière, A II, 238).
No cabe la menor duda, que la lectura de este artículo habrá
resonado en el corazón de Juan María, y lo habrá impulsado a profundizar en el
conocimiento de un alma que vibraba con las mismas intuiciones que empezaban a
lanzar chispazos de inspiración de lo que luego será LA PRIMERA PÁGINA ESCRITA
EN COLABORACIÓN.
Traducido de L’Ami de la
religion et du Roi
01- 06-1816, pp. 92-96
La ciudad de
Auray en Bretaña no se destaca por su población, ni por sus riquezas; pero
tiene algo mejor que todo eso. El espíritu religioso se ha conservado allí en
toda su pureza, y una misión que se ha realizado recientemente lo ha fortificado
más aún. Dar muestras de piedad allí es un honor, la participación en los momentos
de oración en la Iglesia es frecuente, los hombres y las mujeres participan de
los sacramentos, el rebaño vive en perfecta armonía con su pastor, y todas las
autoridades están de acuerdo en la búsqueda del bien. Personas que viven
sólidamente su cristianismo no pueden ser sino Realistas. Así es en Auray, y
siempre ha sido así. Se ha conservado de esa manera durante los Cien
días[1]. Cuando las autoridades de Vannes enviaron las
fuerzas armadas a izar la bandera tricolor en la iglesia, la bandera fue izada;
pero los habitantes testimoniaron, unos por su dolor, otros a través de gritos
de ¡Viva el Rey!, cuán poco estaban a favor de esa medida; una manera bastante acertada
y valiente de mostrar su apoyo al Rey y su horror por la tiranía. Durante ese tiempo, nunca se cantaba la
oración por Bonaparte en la iglesia durante ese interregno, y un general que
había amenazado de hacerla cantar por sus soldados, fue disuadido cuando se le
dijo que sin alguna duda todo el pueblo haría sentir otra proclama, y que los
gritos de sus soldados serían apagados por unánimes cantos muy diferentes. Esos sentimientos bien conocidos han atraído
sobre la ciudad el robo durante la pequeña guerra que tuvo lugar. La tropa de Bonaparte,
después de un enfrentamiento, saqueó completamente a Auray. Los habitantes sobrellevaron
la desdicha con coraje, y prodigaron cuidados a los soldados dejados por ese
ejército. La Restauración los ha ampliamente consolado de esa derrota, y su
celo por el Rey se mostró más vivo.
Tal es el
espíritu de la ciudad de Auray; pero se le ve más aún por todo el bien que allí
se realiza. Los establecimientos que se han creado son el mejor elogio de las disposiciones
de los habitantes. A un tercio de legua de la ciudad se encuentra una antigua
Cartuja, que había sido vendida como todos los bienes eclesiásticos. El edificio es grande, cómodo y bien ubicado.
Se lo ha comprado, reparado y amueblado. En la iglesia, grande y bella, reposan los restos de las desdichadas víctimas
de Quiberon. Una inscripción modesta es la sola cosa que hasta hoy testimonia su
fidelidad y la suerte que corrieron; pero se espera que un monumento sea
elevado a esos mártires de la realeza. Sus familias lo esperan, los amigos de
la monarquía lo desean, y la religión reclama una fundación para un servicio
anual. Algunas personas han dispuesto ya fondos para este fin.
La casa de
la Cartuja ha sido lo suficientemente vasta para formar allí varios
establecimientos separados. Se ha creado un pensionado para sordo-mudos. El
Señor cura Sicard ha pagado por tres años una hábil institutriz que ha preparado
maestros y maestras. Al decir del Sr Sicard, estos ahora son capaces de
instruir a los niños. Allí se reciben a los niños y a las niñas en espacios
separados. Es fácil de suponer cuánto desembolso insume un establecimiento de
esta naturaleza. La caridad se ha hecho cargo de todos los gastos. Es de alabar
una institución tan útil. Es prueba de ello el que el número de sordo-mudos, pertenecientes
a distintas clases del pueblo es mayor de lo que se piensa, como así también
las solicitudes que se reciben de todos lados para contar con un lugar en la
Cartuja. La administración acoge a los niños en la medida de lo posible. Para
facilitar a las personas caritativas los medios para integrar a la sociedad y
sobre todo a la fe a los sordo-mudos, ha reducido a 200 francos la pensión completa
a los pobres, no pidiendo nada más. ¿No sería conveniente que cada departamento
de Bretaña reuniera fondos para enviar algunos niños a este establecimiento?
Las Hijas
de la Sabiduría administran la casa, y lo hacen con tal atención, economía y
desinterés que ello les prodiga la estima y la confianza de todos. Recientemente
han aprovechado el tamaño del local para crear un pensionado para jóvenes
señoritas. En este momento tienen más de treinta estudiantes.
A una legua
de Auray hay un lugar de peregrinación conocido en toda Bretaña. Es el
santuario de Santa Ana, al cual vienen peregrinos de los lugares más alejados. La tradición conserva el recuerdo de curaciones
y de hechos milagrosos. Diversos anuncios recuerdan en el lugar que la familia
real ha recurrido en diversas ocasiones a la protección de santa Ana, y los
habitantes de Auray han hecho más de una vez el voto de ver en ese lugar de
peregrinación, una augusta princesa presentar sus oraciones y la de toda
Francia. Se ha comprado nuevamente esa casa consagrada a la devoción del
pueblo, y el Señor obispo de Vannes, recientemente ha establecido allí el
pequeño seminario de la diócesis. Se cuenta ya con 75 candidatos, y la casa
podría alojar 300. El recinto es grande, y los maestros inspiran confianza. Han
sido personas caritativas y celosas que han hecho la inversión para comprar,
reparar y amueblar la casa.
Además de
esos dos grandes establecimientos fuera de Auray, la ciudad tiene muchas otros
en su entorno, que atienden a sus necesidades.
En la zona de Bretaña, solamente en Auray se encuentran los Hermanos de
las Escuelas Cristianas. Ellos son seis. No solamente reciben niños de la ciudad, sino
también de la campaña circundante. Admiten preferentemente aquellos en los que
se percibe disposiciones para el estado eclesiástico. Su piedad, su celo por el
bien, la asiduidad a sus funciones, les ha ganado el respeto y la confianza de
los habitantes, y los más pudientes como los más pobres no tienen problema en
poner a sus hijos en manos de hombres tan sabios y tan seguros.
La ciudad tenía
antiguamente un hospital para los enfermos. Recientemente se ha obtenido y
reparado una casa que sirve para los huérfanos; allí hay un local separado para
los ancianos incurables. Todas las clases de enfermos son socorridos. Las Hermanas
del Santo Espíritu están encargadas del orfanato. Esta congregación, que se
encuentra solo en Bretaña, se destaca por su excelente espíritu. Las hermanas
hospitalarias han prestado los más grandes servicios durante los combates del año
pasado.
La casa de
la caridad de San Luis, fundada por la Señorita Molé tiene por fin dar
educación gratuita a los jóvenes. Se instruye a externos. La fundadora ha
creado un establecimiento semejante en Vannes. Ella consagra no solamente su
fortuna, sino que también trabaja personalmente en obras útiles.
La ciudad
tiene un pequeño colegio en el que se forman a los niños hasta el cuarto nivel.
Es un vivero para seminario mayor.
Auray puede
gloriarse de una ventaja que no poseen las ciudades más opulentas. Allí se ha
resuelto a través de los medios más simples un problema que los filántropos y
los economistas han buscado inútilmente solucionar. Allí no se conoce la
mendicidad. No es por medio de gendarmes ni de cárceles que se la ha logrado
extirpar, como Bonaparte había pretendido hacerlo hace unos años. Ha sido a
través de la supervisión activa, proveyendo de ayuda a todos los desdichados,
tratando sobre todo de procurar trabajo para aquellos a quienes les falta. Una
oficina de caridad está encargada de esta buena obra. Es debido a su dedicación
y a sus cuidados que se debe el orden y
el éxito alcanzados. Un pobre que mendigara se le privaría de ayuda por un
tiempo. Esta oficina se dedica a combatir la ociosidad, e impulsada por las más
genuinas motivaciones, por espíritu religioso y de caridad, extiende su cuidado
sobre los más pequeños detalles, y sobre toda clase de desdichados.
Un nuevo
proyecto que se acaba de crear en estos tiempos muestra cuán activa está esta
preocupación. Aury está al borde del mar, y muchos marinos están sin trabajo.
Es necesario hacer un establecimiento para la pesca. Se proveerá de barcos y
redes a esa buena gente, y así se les dará una ocupación, un estado y una forma
de subsistir. Es evidente que en Auray se conoce la mejor manera de dar
limosna.
Otro proyecto que se ha concebido y que no será menos
útil en otro campo. El bien que han hecho los Hermanos de la Escuelas
Cristianas provoca el deseo de que se extiendan en la campaña para cumplir allí
el servicio tan importante y tan desatendida de maestros de escuela. Pero, como
ellos no son suficientemente numerosos para hacerse cargo de ello, y debido a que algunos artículos de su Regla
se oponen a esta medida, se propondrá de reemplazarlos por sujetos que ellos
formarán en su método, serán asociados a
su Instituto si los Hermanos lo permitieran, y serán colocados en la campaña. Habría entonces en
cada diócesis una casa de estos nuevos Hermanos instruidos por los Hermanos de
las Escuelas Cristianas con una regla semejante. Los Hermanos tendrían una
escuela primaria en la ciudad, y enseñarían el método a otros jóvenes. Esa casa
servirá de residencia para los Hermanos ancianos y para los Hermanos enfermos.
Los Hermanos de las escuelas en la campaña vendrían todos los años a hacer un
retiro. El Hermano superior de la casa destinaría a los maestros de escuela de
acuerdo con los párrocos. El plan que se nos ha comunicado nos parece que ha
sido concebido sabiamente, y ofrece una garantía de las costumbres y de la
piedad de los sujetos implicados. Lo esencial
no es tanto tener maestros que de tener gente buena, sabia y religiosos. Los maestros
de escuela en la campaña son hoy de lo peor. En su mayoría no profesan ni
religión, no tienen buenas costumbres ni buenos sentimientos por el rey. Hacen
más mal que bien. Este proyecto pretende remediar esta situación.
Al leer todo lo anterior estamos tentados de preguntar
a quién se debe la existencia de establecimientos tan valiosos, y cómo se pudo
realizar tantas cosas en tan pocos años. No se nos ha permitido nombrar a la
persona de la que han partido todas estas iniciativas. No diremos
quién es el alma de estas fundaciones y de estos proyectos; pues si los gastos
que ha tenido que realizar han sido grandes, el orden para presidirlas no es
menos asombroso. Es sin duda alguien que ha impulsado esas buenas obras y que
continúa a dirigirlas. Nosotros respetamos los motivos que le han llevado a no
ser nombrado; pero, no podemos dejar de felicitar una ciudad donde el bien se
realiza con tanta facilidad y donde reina en alto grado el espíritu religioso y
la caridad.
[1]
https://es.wikipedia.org/wiki/Cien_D%C3%ADas
El periodo conocido como los Cien Días (en francés Cent-Jours), o Campaña de Waterloo, comprende desde el 20
de marzo de 1815, fecha del regreso
de Napoleón a París desde su exilio en Elba, hasta el 28 de junio de 1815, fecha de la
segunda restauración de Luis XVIII como rey de Francia. Este periodo pone
fin a las llamadas Guerras Napoleónicas, así como al imperio francés de Napoleón Bonaparte.
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