miércoles, 11 de julio de 2018

NO PODÍA FALTAR


“El Padre en esta parábola (cfr. Lucas 15,11-32) es la verdadera figura del 'adulto' que muchos jóvenes buscan en sus vidas y que desafortunadamente no encuentran.”[1]


En un instrumento de trabajo para un sínodo sobre los jóvenes, no se podía dejar de mencionar la parábola del Hijo pródigo. El conocido relato nos confronta ante un muchacho extraviado que, más por hambre que por discernimiento de sus mociones, vuelve a golpear las puertas del corazón de su padre.


La referencia en el documento no hace tanta alusión a la desorientación del joven, cuanto a la figura del adulto que muchos jóvenes buscan en sus vidas y que desafortunadamente no lo encuentran.

No dejemos pasar por alto esta indicación: en la Iglesia están faltando adultos que respondan a las necesidades de los jóvenes de hoy.

El texto presenta tres características del perfil buscado: un adulto valiente, con un corazón que no excluye a nadie, y deseoso de reintegrar a todos en su casa.


Un adulto valiente.  Un adulto que cree en la continuidad de la vida y apuesta a engendrar vida, en un contexto sociocultural que invita más a replegarse en sí mismo. La valentía del padre de la parábola no ha comenzado cuando deja marchar al hijo, sino mucho antes: al engendrarlo. Hoy los adultos tienen miedo de ‘engendrar’. No me refiero solo físicamente, sino de responsabilizarse del crecimiento de otra vida. Miedo a ser autoridad. El padre ha sido valiente porque se ha hecho responsable de guiar al niño-joven, dándole los elementos para que tome sus propias decisiones, acompañándolo hasta darle el propio espacio a riesgo que decida en contra de lo testimoniado en casa por la palabra y por el ejemplo. Un padre valiente, que acepta que el hijo confundido, creyendo encontrarse a sí mismo, lo ‘asesine’, intentando desheredarlo de su condición de padre.

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Un adulto con un corazón que no excluye a nadie. Un adulto que no espera en su sitio, sino que sale al encuentro del joven con una actitud libre de prejuicios. Adultos con brazos y oídos abiertos que sorprenden a los jóvenes en su propia realidad vital. Adultos que buscan a los jóvenes no por su rectitud moral, ni por sus cualidades, sino por la dignidad tantas veces desconocida por ellos mismos: ‘Tú eres mi hijo amado’.


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Un adulto deseoso de reintegrar a todos en su casa. Un adulto con una mirada que sabe leer gestos, silencios, ausencias, y que sale una vez más al encuentro, sin cansarse jamás.  Un adulto promotor de la fiesta de la fraternidad, en la que los invitados han aprendido que la pertenencia al Reino no es una tarjeta de exclusividad conquistada con méritos, sino un pase gratuito al que hay que responder con la misma gratuidad. La palabra que asusta es ´todos’, porque en la lógica del mundo, cuando se deja entrar a todos empezamos a temer perder y perdernos.

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Me imagino el Sínodo como un espacio eclesial no para dar cátedra a los jóvenes; sino como un tiempo de escucha y discernimiento con ellos, en el que los adultos tengamos la valentía de dejarnos convertir.

Que en el marco del bicentenario de la fundación de la Congregación de los Hermanos de la Instrucción Cristiana, NO FALTEN los adultos que los jóvenes andan buscando en los centros educativos y comunidades de la Familia Menesiana.

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