Cuando se trata de evaluar propuestas educativas, es fundamental
determinar cuáles son los criterios de juicio para ponderarlas y determinar las prácticas a implementar.
Uno de esos criterios fundamentales en educación es el criterio de progreso.
A diferencia del pensamiento griego que proponía el
mito del eterno retorno, la fe cristiana puso las bases para la noción del progreso.
El avance de las ciencias durante la Modernidad impulsó notablemente la
creencia que, gracias al conocimiento científico y la aplicación
tecnológica, la humanidad se encaminaría hacia un futuro mejor.
En tiempos de Juan María de la Mennais, en el
ámbito de la educación, el sistema de la escuela mutua seducía con la promesa
de logros en la extensión de la instrucción a un mayor número de niños, su
rapidez en alcanzar resultados en la lecto-escritura y matemáticas, sus
ventajas económicas en su implementación y la mejora de la convivencia social. La búsqueda de estos objetivos va a forjar una tradición educativa marcada por el criterio de la eficiencia, aplicado
en la expansión del acceso al sistema educativo público, la creación de un
curriculum apropiado para cada nivel de acuerdo a la edad de los estudiantes, y
el uso de los fondos públicos.
¡Lejos de categorizar a Juan María dentro del grupo de los resistentes al cambio! Por el contrario, él mismo será quien animaba a los Hermanos a hacer progresos en el
orden de las ciencias humanas: "Queremos
también dar a nuestros alumnos una instrucción sólida y variada, que les haga
capaces de cumplir en el mundo, con distinción, los diversos empleos a los que
se inclinan; quedar en esto por detrás de otros colegios, no seguir en sus
progresos a las ciencias humanas, sería defraudar las justas esperanzas de las
familias." [1]
Sin embargo, su concepción de progreso no se
identificaba con la de quienes pretendían marcar los horizontes de la educación
de su tiempo: "Puedan todos los que
lean estas líneas, comprender que es bueno saber leer, escribir y contar; pero
que esto no basta, porque si es bueno instruir a los niños, es necesario
también educarles; y si es bueno desarrollar su espíritu, es necesario también
formar su corazón, y si es bueno
iniciarles a los mecanismos de la lectura, de la escritura y del cálculo, es
mejor aún inspirarles el gusto por la virtud y la verdad" [2]
En comunión con sus antecesores, el Papa Francisco
confía en la capacidad del ser humano para velar por un progreso que se
identifique con el desarrollo humano integral y, subraya particularmente dos
dimensiones del progreso a cuidar en nuestro tiempo: la sostenibilidad
ambiental y la sostenibilidad social.
“…Es
posible volver a ampliar la mirada, y la libertad humana es capaz de limitar la
técnica, orientarla y colocarla al servicio de otro tipo de progreso más sano,
más humano, más social, más integral.” [4]
Los organismos internacionales de nuestro tiempo
también conscientes del impacto socio-ambiental de un progreso sin referencias
éticas bregan por una educación que “apunte a desarrollar competencias que
empoderen a los individuos para reflexionar sobre sus propias acciones, tomando
en cuenta sus efectos sociales, culturales, económicos y ambientales actuales y
futuros desde una perspectiva local y mundial; para actuar en situaciones
complejas de una manera sostenible, aún si esto requiriera aventurarse en
nuevas direcciones; y para participar en los procesos socio-políticos a fin de
impulsar a sus sociedades hacia un desarrollo sostenible.” [5]
No sería justo pedirles a Juan María de la Mennais
y a Gabriel Deshayes que previeran en su tiempo la interrelación sistémica
entre lo humano y la naturaleza que debe ser considerada en un progreso entendido
como desarrollo humano integral. Nuestros
Fundadores movidos por el deseo de acortar distancias y acercar oportunidades,
buscaron reducir la brecha social llegando a poblaciones privadas de
posibilidades educativas de calidad.
De Juan María, los menesianos de hoy, debemos
recrear su capacidad crítica para evaluar
la categoría de progreso que orienta la acción educativa en la selección de
contenidos, criterios éticos y habilidades cognitivas y sociales a desarrollar
en los centros menesianos del siglo XXI.
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