domingo, 9 de diciembre de 2018

EL MITO DEL PROGRESO





Cuando se trata de evaluar propuestas educativas, es fundamental determinar cuáles son los criterios de juicio para ponderarlas y determinar las prácticas a implementar.  Uno de esos criterios fundamentales en educación es el criterio de progreso.

A diferencia del pensamiento griego que proponía el mito del eterno retorno, la fe cristiana puso las bases para la noción del progreso. El avance de las ciencias durante la Modernidad impulsó notablemente la creencia que, gracias al conocimiento científico y la aplicación tecnológica, la humanidad se encaminaría hacia un futuro mejor.      
    
En tiempos de Juan María de la Mennais, en el ámbito de la educación, el sistema de la escuela mutua seducía con la promesa de logros en la extensión de la instrucción a un mayor número de niños, su rapidez en alcanzar resultados en la lecto-escritura y matemáticas, sus ventajas económicas en su implementación y la mejora de la convivencia social. La búsqueda de estos objetivos va a forjar una tradición educativa marcada por el criterio de la eficiencia, aplicado en la expansión del acceso al sistema educativo público, la creación de un curriculum apropiado para cada nivel de acuerdo a la edad de los estudiantes, y el uso de los fondos públicos.  


Juan María de la Mennais movido más bien por una ofensiva contra un método impulsado por agentes contrarios a la Iglesia católica, lanza su aguda crítica a la noción de   progreso que se intentaba imponer.

¡Lejos de categorizar a Juan María dentro del grupo de los resistentes al cambio! Por el contrario, él mismo será quien animaba a los Hermanos a hacer progresos en el orden de las ciencias humanas: "Queremos también dar a nuestros alumnos una instrucción sólida y variada, que les haga capaces de cumplir en el mundo, con distinción, los diversos empleos a los que se inclinan; quedar en esto por detrás de otros colegios, no seguir en sus progresos a las ciencias humanas, sería defraudar las justas esperanzas de las familias." [1]

Sin embargo, su concepción de progreso no se identificaba con la de quienes pretendían marcar los horizontes de la educación de su tiempo: "Puedan todos los que lean estas líneas, comprender que es bueno saber leer, escribir y contar; pero que esto no basta, porque si es bueno instruir a los niños, es necesario también educarles; y si es bueno desarrollar su espíritu, es necesario también formar su corazón,  y si es bueno iniciarles a los mecanismos de la lectura, de la escritura y del cálculo, es mejor aún inspirarles el gusto por la virtud y la verdad" [2]

           
Lo que se presentaba en forma incipiente en aquella época se ha transformado  en uno de los mayores errores de la cultura contemporánea. El Papa Francisco así lo describe: Creer que una sociedad democrática puede progresar separando el código de la eficiencia —que por sí sola sería suficiente para regular las relaciones entre los seres humanos en la esfera económica— y el código de la solidaridad —que regularía las interrelaciones dentro de la esfera social. Esta dicotomía ha empobrecido nuestras sociedades.” [3]

En comunión con sus antecesores, el Papa Francisco confía en la capacidad del ser humano para velar por un progreso que se identifique con el desarrollo humano integral y, subraya particularmente dos dimensiones del progreso a cuidar en nuestro tiempo: la sostenibilidad ambiental y la sostenibilidad social.

“…Es posible volver a ampliar la mirada, y la libertad humana es capaz de limitar la técnica, orientarla y colocarla al servicio de otro tipo de progreso más sano, más humano, más social, más integral.” [4]

Los organismos internacionales de nuestro tiempo también conscientes del impacto socio-ambiental de un progreso sin referencias éticas bregan por  una educación  que “apunte a desarrollar competencias que empoderen a los individuos para reflexionar sobre sus propias acciones, tomando en cuenta sus efectos sociales, culturales, económicos y ambientales actuales y futuros desde una perspectiva local y mundial; para actuar en situaciones complejas de una manera sostenible, aún si esto requiriera aventurarse en nuevas direcciones; y para participar en los procesos socio-políticos a fin de impulsar a sus sociedades hacia un desarrollo sostenible.” [5]

No sería justo pedirles a Juan María de la Mennais y a Gabriel Deshayes que previeran en su tiempo la interrelación sistémica entre lo humano y la naturaleza que debe ser considerada en un progreso entendido como desarrollo humano integral.  Nuestros Fundadores movidos por el deseo de acortar distancias y acercar oportunidades, buscaron reducir la brecha social llegando a poblaciones privadas de posibilidades educativas de calidad.

De Juan María, los menesianos de hoy, debemos recrear su capacidad crítica para evaluar la categoría de progreso que orienta la acción educativa en la selección de contenidos, criterios éticos y habilidades cognitivas y sociales a desarrollar en los centros menesianos del siglo XXI.



[1] Jean-Marie de la Mennais, A. 312
[2] Jean-Marie  de la Mennais, Sur l’éducation religieuse, p. 39.
[3] Papa Francisco, (2017), Mensaje a la Profesora Acher.
[4] Papa Francisco, Laudato Si, n° 112
[5] Unesco, Educación para los Objetivos de Desarrollo Sostenible, p. 7.

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